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Han pasado ya quince días pero todavía no lo ha asimilado. Tomás llega cada mañana a la oficina dando gracias a Dios por no estar en ‘la lista’ pero no se siente aliviado, sino culpable, y tiene miedo. Afortunadamente, no ha sido uno de esos 20.708 trabajadores afectados por expedientes de regulación de empleo del mes pasado y, aunque aún no sabe si lo será en el siguiente, tiene que seguir adelante sin rechistar; peor lo tienen los que se han tenido que marchar de la compañía … o no.

Desde la junta de la Secretaría General de la Federación de Construcción de CC.OO. en Madrid reconocen que cada vez son más «los trabajadores que prefieren irse al paro antes de quedarse en la empresa». No quieren tener el denominado ‘síndrome del superviviente’, que ya padecen los empleados de las siete de cada diez compañías que, según la OCU, planean seguir haciendo ajustes, y optan por ir al paro. Pero, ¿qué pasaría si no lo hicieran? Psicólogos, médicos y consultores coinciden. Los ‘salvados’ pasan tras un ERE por las mismas fases del duelo que cualquier persona al vivir el fallecimiento de un ser querido. Parece exagerado, pero es así. Las consecuencias físicas y emocionales de permanecer en la empresa tras un despido masivo repercuten directamente en la salud del trabajador y en los beneficios de la empresa.

¿Por qué a ti?

María José Dunjó y Carlos Polo, socios de la consultora Acambio traducen estas fases de la pérdida drástica de compañeros al lenguaje de la psicología empresarial y las convierten en tres: culpa por la supervivencia, búsqueda de responsables y autocondenación. «El no saber si podían haber hecho más por sus compañeros es devastador  —comentan ambos— y, tras asimilar la situación, empiezan a pensar si la empresa que les ha salvado no hará lo mismo con ellos cuando pase un tiempo prudencial». Los expertos señalan que esta sensación de inseguridad límite se traduce a corto plazo en el envío compulsivo de de curriculums—«aquí no importa el dicho de ‘más vale malo conocido’», comentan Dunjó y Polo— y, a largo, llegan los trastornos psicológicos y físicos que afectan en igual medida a mandos, técnicos y empleados. En este último punto, Mario Alonso, médico cirujano y experto en comportamiento humano, enumera por orden de aparición los trastornos: «Primero empieza a alterarse el proceso de sueño, lo que interfiere profundamente en los mecanismos cerebrales. Los efectos más llamativos e intensos llegan con la bajada del funcionamiento del sistema inmunitario, que hace al trabajador más susceptible de padecer catarros o gripes aún en épocas en las que no tienen por qué enfermar». «Por último, afecta al sistema digestivo y a la tensión arterial; el corazón termina resintiéndose», concluye el también autor de ‘Vivir es un asunto urgente’ [Editorial Aguilar], que ya no sólo mide la influencia de este síndrome en el absentismo, sino en el rendimiento del que aguanta al pie del cañón: «Descenso de productividad, pérdida en la capacidad de decisión…» y así una larga lista de enemigos que, en plena crisis, una empresa no se puede permitir si quiere mantener su nivel de competencia e innovación.

Pero lo hace, porque muchas compañías, ajenas a esta realidad, reestructuran íntegramente la empresa sin tener en cuenta el factor de desubicación tras la pérdida. Es decir, los que se quedan suelen ser recolocados y asumir, si no más tareas, labores diferentes en lugares físicamente distintos, algo que termina por desorientar al trabajador aún más si cabe. «Cada vez están más desmotivados, pierden el compromiso y se vuelven como autómatas», los describen desde el sindicato CC.OO., cuyo personal también padece este ‘Síndrome del superviviente’ desde la impotencia en la intermediación: «Intentas desconectar, pero la mayoría de las veces no puedes. Eres como un médico tratando a un paciente terminal; su vida está en manos de otras personas y tú lo ves, y por mucho que intentes lo contrario, no tienes más remedio que llevártelo a casa».

Más allá de la comunicación

Sin embargo, en casa no va a haber mejor ayuda que la que el empleado pueda encontrar en su propia oficina. «Los familiares desconocen el sentimiento que te une a los compañeros porque no están contigo en la oficina», insisten desde la consultora Acambio María José Dunjó y Carlos Polo, para quienes la mejor fórmula para paliar el ‘síndrome del superviviente’ es la comunicación: «La incertidumbre derivada de la falta de información es muy perjudicial y tiene que combatirse siendo transparente». Estos expertos señalan los pasos: «Primero hay que aclarar por qué unos se han marchado y otros no, y después, dejar constancia de que ha sido una decisión difícil que ellos no podían evitar». El tercer paso es crucial: «El trato personalizado del empleado desde Recursos Humanos».

Y es que, como en todo proceso de duelo, el trabajador necesita hablar… y que le escuchen. El experto en gestión de las emociones Mario Alonso define así las características del interlocutor: «Tiene que ser alguien que no intente defenderse ni atacar, que te dé su confianza para que tú le puedas transmitir tu sentir sin tener en cuenta funciones o jerarquías. Sólo de esa forma puedes encontrar el camino hacia la salida y ver las cosas con perspectiva». Alonso se refiere a no pasar solo el proceso del duelo —que son sorpresa, negación, bloqueo, tristeza y miedo— y a alcanzar «la serenidad suficiente como para reconciliarse con la realidad, aceptar la nueva situación y pensar que lo mejor que puede uno hacer es conseguir una empresa tan extraordinaria que le pueda dar al ex compañero la posibilidad de volver».