Maite Gómez Checa, Directora académica del Curso superior de Coaching ejecutivo de la Universidad Autónoma de Madrid. Socia de ICE Coaching

Directivos y empleados. Y esa extraña relación que se crea entre el poder del uno y la sumisión del otro. Nosotros, pobres trabajadores bajo el mando de un superior tiránico que da órdenes a diestro y siniestro esperando que se le obedezca sin rechistar. Pero conseguir liderar de manera efectiva y con resultados positivos no es tarea fácil. Este arte de gestionar consistiría en conseguir que nuestros colaboradores quieran hacer lo que tienen que hacer.

Los diferentes sistemas que utilizan las empresas para organizarse y dirigir a sus empleados pueden llevarlas conseguir sus objetivos o no. Utilizar el poder o la autoridad para desempeñar este cometido puede establecer una diferencia importante en la actitud de nuestros empleados y, por ende, en nuestro futuro.

En cualquier diccionario podríamos encontrar como definición más sencilla de poder, la siguiente: “El poder es la capacidad de forzar o coaccionar a alguien, para que éste haga nuestra voluntad aunque prefiera no hacerla. Todo ello derivado de nuestra posición o fuerza”.

Etimológicamente “poder” proviene de la vertiente indoeuropea “poti”, que significa “jefe de un grupo”. Antiguamente se llamaba poti a los cabecillas de las familias o clanes que deambulaban en los tiempos de las cavernas. Lo único que se conocía entonces era el mando absoluto del “jefe”. De aquí nació el genérico sentido de “poder”, que entendemos, normalmente, como ordenar y obedecer.

Ahondando en la confusión que rodea a este término y a lo que conlleva, podríamos decir que la mayoría de las personas identifican “poder” con el uso de la fuerza. Cuando tenemos la certeza de que se está cometiendo un abuso sobre nosotros al darnos una orden, podremos obedecerla, pero en la mayoría de los casos lo haremos con hastío y sin reconocer la legitimidad de la autoridad de quien nos la da. Reaccionaremos con hostilidad, nuestra autoestima bajará, disminuirá nuestro rendimiento y estaremos más expuestos a errores y accidentes.

El sujeto que utiliza esta forma de mando se convierte, también, en una “víctima” de sus propios actos. Al proceder de esta manera verá en los demás riesgos y peligros, insuficiencias y defectos. Se convertirá en una persona que no aporta la confianza necesaria a sus subordinados y perderá la posibilidad de estar en contacto con ellos y saber, de primera mano, lo que sucede en su empresa. Utilizar expresiones como: “¡porque sí!”, “¡yo soy el jefe y basta!” o “¡Cumpla sus órdenes y basta!”, provocará conflictos y malestar entre los empleados.

Además, cuando en una compañía el liderazgo y las normas son rígidas, fijas e inmutables, la comunicación entre los componentes del equipo empresarial es indirecta, vaga y poco sincera. Todo esto provocará que se cree, dentro de la empresa, una organización problemática.

Otro método mucho más efectivo para estructurar y dirigir una empresa es saber discernir entre poder y autoridad, saber identificar los pequeños matices que marcan la diferencia y asumirlos. Lo que la distingue del poder estribaría en que, esta vez, el directivo va a conseguir que su equipo haga voluntariamente lo que ellos quieren, lo que él quiere, de una manera eficaz y contando, a través de su liderazgo, con la involucración responsable de los trabajadores.

La autoridad de una persona es reconocida por los demás, al mostrarse el individuo tal y como es, de la manera más natural posible. Se apoyará a los miembros del equipo con frases tales como: “¿Cómo has pensado hacerlo?” “en mi opinión…” o “me gustaría pedirte…”.

Las organizaciones que se rigen mediante este principio se caracterizarán por un estilo de liderazgo, normas flexibles, apropiadas y sujetas a cambios y por una comunicación directa, clara, específica y sincera. Esto dará la posibilidad de generar una organización vital, que apoya y nutre a sus miembros.

La dicotomía de disponer y cumplir esconde todo un mundo de parámetros y condiciones que cada persona debe tener en cuenta antes de llevarlas a cabo. En este caso la figura del coach ejecutivo se vuelve relevante, ya que orientará al directivo en la búsqueda de las mejores herramientas para saber gestionar equipos de forma responsable y adecuada, haciendo prevalecer la autoridad respecto al poder. La metodología CORAOPS®, que integra las principales corrientes de coaching y buenas prácticas del management, nos ayuda a comprender y reflexionar sobre nuestra gestión para el eficaz desarrollo de nuestro trabajo.