Decía el político inglés Winston Churchill que el éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse. En la cultura anglosajona, la vida se entiende como un proceso de aprendizaje donde los errores y los fracasos se asumen como una posibilidad latente en cada una de las decisiones que se toman. Su visión es que el fracaso no nos transforma en fracasados, solo es la señal de los errores cometidos, de estrategias equivocadas o de actitudes mentales negativas. La única vía es corregirlos o aprender de ellos para no volver a cometerlos.

Sin embargo, en la cultura mediterránea, y por ende en la española, el miedo al error se cultiva desde la infancia. «Cuando un niño intenta coger algo que llama su atención y su madre le regaña por hacerlo, queda inscrito en la  personalidad del pequeño una situación de displacer originada por dicha acción», explica Antonio López, director de programas en el Área de Formación para la Empresa y Seminarios Profesionales de CESMA y autor del libro «El éxito sostenible a través del error», donde pretende demostrar que la «cultura del error» supone un alto coste para las empresas debido a que un error que se esconde no se soluciona y se puede repetir.

Este problema surge principalmente por el miedo al displacer, a la regañina. Porque, mientras que el acierto siempre es bien recibido, el fracaso y las personas que lo padecen son rechazadas frontalmente por nuestra sociedad. «Pero esto es paradójico, pues es imposible avanzar sin cometer errores», añade Antonio López. El propio método científico, que no es más que el camino hacia el conocimiento, usa el ensayo y el error en la formulación de sus hipótesis hasta dar con la solución acertada. Es más, este método es el que tradicionalmente se ha usado en Farmacología para descubrir nuevos medicamentos. Entonces, ¿por qué no aplicarlo también en el sector empresarial?

«Al menos internamente, la mayoría de las organizaciones debería analizar los errores que comete para no volver a repetirlos», aconseja Carmen Mur,  presidenta de Manpower, y añade que una empresa que no dedica tiempo a estudiar dónde se ha equivocado y por qué «es una empresa condenada al fracaso». La teoría más aceptada es que al éxito se llega a través de un camino de fracasos, siempre y cuando se acepten y se aprenda de ellos, pues solo así existirán nuevas oportunidades para empezar de nuevo. El éxito solo llega a quienes aceptan los desafíos con la audacia  suficiente como para aceptar los riesgos que conlleva. «Es imposible trabajar sin equivocarse de vez en cuando», asegura Antonio López. Aun así, siempre se lucha por evitar el error, pero cuando se comete, «no se busca una solución, sino que se esconde». Para López, este dilema «cuesta a la empresa mucho dinero, puesto que los errores se cometerán una y otra vez al no buscar las soluciones oportunas».

A raíz de esta teoría se sobreentiende que no es casual que la mayoría de los éxitos tengan tras de sí una larga trayectoria, puesto que para alcanzarlo es inevitable recorrer un amplio camino de avances y retrocesos. «La humildad, la transparencia y la honestidad para analizar lo que ha sucedido y aprender de los fallos cometidos resulta inevitable para seguir creciendo como compañía», asegura Carmen Mur, de Manpower.

Aun así, no todas las investigaciones apoyan este supuesto. En 2009, el Instituto de Tecnología de Massachusetts publicó un informe en la revista «Neuron» donde afirmaba que el cerebro humano aprende más de los éxitos que de los fracasos. Por tanto, ¿se aprende más de la recompensa que del castigo? Para Antonio López la respuesta es sencilla: «Un niño, al recibir un castigo, está siendo amaestrado». Solo aprende que al realizar el acto prohibido, «sufrirá un displacer que no le agrada». Por su parte, en los adultos, la reprimenda enseña siempre que con ella «se active el pensar, es decir, si la persona adulta es capaz de cuestionarse a sí misma por qué ha recibido ese castigo estará aprendiendo mucho más de ese fracaso que del éxito en sí».

Buscar soluciones

Carmen Mur y Antonio López coinciden en que las empresas deberían adoptar una postura cercana a la «cultura de la solución». Si un directivo implantara esta teoría, prohibiría terminantemente cualquier persecución del error, «e incluso pagaría a los trabajadores que aportaran soluciones al problema creado, sean aplicables o no», añade López. Porque si los problemas de una compañía se estudian en grupo, buscando soluciones en común, «se activa la creatividad, el compromiso y la involucración. Todos tratarán de aportar algo», explica el profesor de CESMA.

Esa es la cultura que prima en Estados Unidos, donde cualquier empresa pregunta a sus candidatos acerca de lo bueno y de lo malo de su carrera profesional antes de contratarlos. «Es mucho más válida una persona que asuma con humildad sus errores, siempre y cuando haya aprendido de ellos», concluye Carmen Mur. Eso ocurre en Norteamérica porque, en palabras de Antonio López, «cuanto más maduro y desarrollado es un pueblo, con mayor lógica actúa. Esto les ayuda a entender que los errores  no son más que el camino que conduce a la solución».

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