¿Por qué justo ahora, con el veraneo recién estrenado, nos asalta esa ansiedad, esa angustia que nos impide disfrutar del tiempo libre? Los expertos han bautizado este síndrome como «estrés vacacional», también conocido como «depresión de la tumbona» desde que la clínica psiquiátrica austriaca Wagner-Jauregg acuñara la expresión a principios de esta década. No deja de resultar paradójico, desconcertante y hasta irritante que precisamente cuando deberíamos vivir la etapa más placentera del año, nos asalte, tan a traición, el maldito estrés. «Es como si nuestro organismo nos pasara factura -explica la psicóloga María Jesús Álava-. Lleva acumulado tal cansancio, desgaste y niveles de tensión que, cuando para, los saca de golpe. Cada vez hay más personas que, en los dos o tres primeros días de vacaciones, sufren hasta ataques de pánico, auténticas convulsiones que les obligan a quedarse en la cama. Es un período de adaptación de nuestro organismo ante un cambio excesivamente brusco. Se trata de una reacción muy normal, lo que resulta sorprendente a veces es que no se produzca».

El médico Mario Alonso, que desde hace unos años se sube a la palestra para explicar a los ejecutivos la repercusión de las emociones en la salud, atribuye ese «bajón» al escape de la llamada «carga alostática», una especie de residuo tóxico que durante todo el año hemos almacenado, pero que, ante la ausencia de períodos de recuperación a lo largo del día, no hemos descargado. «Pero cuando la presión baja porque estamos en vacaciones, ese residuo tóxico puede salir y hacerlo en forma de enfermedad, de un catarro, por ejemplo».

Muchos, sin embargo, todavía están a tiempo de evitar que percances así arruinen su veraneo. Para María Jesús Álava, es fundamental saber afrontar la recta final en el trabajo. «Quieres dejarlo todo acabado y llega un momento en que esos últimos días son tan agotadores que nos dejan en una situación de gran debilidad emocional y física que, en gran medida, marca después el comienzo de las vacaciones. Tenemos que determinar muy bien cuáles son las cosas importantes que, inexorablemente, hay que dejar resueltas. Con las otras, lo que hay que hacer es dejarlas para la vuelta».

Portátil y bronceador

Pero de poco servirá seguir este consejo a rajatabla si, después, la «blackberry» y el portátil se pelean por un sitio en la maleta con el bronceador y la novela de aventuras. Una encuesta de la agencia «online» Hotels.com entre más de dos mil viajeros distingue tres tipos de adictos al trabajo: aquellos que revisan su correo electrónico al menos dos veces al día, representan el 35% de los encuestados; aquellos que lo hacen una vez, en total suponen el 23%, y, por último, está ese 10% que alterna una jornada sin preocupaciones con otra en la que se conectan al trabajo.

Los expertos, sin embargo, no son partidarios de ese anclaje a la oficina, porque no favorece la desconexión total.  De ahí que algunos profesionales, ni siquiera tras un mes de descanso, puedan volver con las pilas cargadas. «Las vacaciones no sólo son algo merecido, necesario y tremendamente importante para la salud, es que afectan muchísimo a la eficiencia de una persona. Merece la pena entender que este período no es una pérdida de tiempo, sino una inversión en nosotros mismos», sostiene Mario Alonso, que, incluso a empresarios y altos directivos, recomienda limitar la conexión a una hora determinada del día. «Si una  empresa no es capaz de funcionar porque uno de sus profesionales está de vacaciones, no merece la pena trabajar en ella, porque te van a estar arruinando tu vida de forma permanente», apostilla María Jesús Álava, autora de «Trabajar sin sufrir» (La Esfera de los Libros).

Este año la gran incógnita de «¿qué pasará en septiembre?» puede dificultar aún más la relajación. Según la encuesta de Hotels.com, la incertidumbre derivada de la crisis impide al 61% de los españoles desconectar en vacaciones. La posibilidad del despido es una idea que se ha instalado en la cabeza del 12% de los encuestados. «Preocuparse es lo último, porque con esta actitud nadie es capaz de generar recursos ni defensas para afrontar las posibles dificultades que vengan después», afirma Álava. Y llevando sus recomendaciones al terreno práctico, la psicóloga aconseja dedicar dos días en mitad del período de descanso a pensar sobre esa situación que tanto inquieta y sobre las medidas que se podrían tomar, «para que la noticia no llegue de golpe y nos deje sin capacidad de reacción». «Y después de esos dos días, parada de pensamiento total. Cada vez que nos asalte una idea relacionada con el trabajo hay que llevar la mente a otro sitio inmediatamente. Por eso, hacer crucigramas, leer novelas o acometer alguna actividad que no haces habitualmente produce un descanso mental enorme».

Fuente de frustración

Pero no echemos toda la culpa al trabajo. A veces las vacaciones son una fuente de frustración en sí mismas. Idealizadas a lo largo del año, muchos creen que bastarán unas semanas para descansar, recuperar el tiempo perdido con la pareja, hacer un viaje inolvidable que nos permita descubrir varias culturas en una semana, leer los libros que habíamos dejado a medias y llevar una intensa vida social. Y todo ello sin medir previamente nuestras fuerzas y sin tener en cuenta los sacrificios que siempre hacen unos en aras del placer de los otros. «Cuando una persona pasa el año entero en un estado de agotamiento permanente, de ansiedad, sueña con que las vacaciones le van a devolver, de forma natural, el equilibrio que añoraba. Y no es que sea absurdo pensar así, pero resulta un poco irreal. Si durante el año no cuida su estado físico, emocional y espiritual, es muy difícil que lleguen las vacaciones y cumpla con sus expectativas», reflexiona Alonso, autor del libro de divulgación «Vivir es un asunto urgente», editado por Aguilar.

«Somos tan poco realistas a la hora de planificarlas y de fijar objetivos que, luego, cuando ves que no los alcanzas, lo inmediato, y es un mecanismo de defensa muy claro, es culpar a la persona que tienes al lado», añade María Jesús Álava introduciendo así uno de los daños colaterales de las vacaciones: el elevado número de separaciones matrimoniales que se registran en septiembre. Aunque muchas de las demandas de divorcio que se presentan entonces se retiran al cabo de unos meses, la psicóloga da una serie de recomendaciones para que agosto no deje un amargo sabor de boca. «Hay que romper con los tópicos: no es necesario pasar todo el mes con los hijos, ni siquiera con la propia pareja, es mejor que cada uno tenga la libertad de pasar unos días haciendo su actividad favorita que estar juntos y sacrificados. Aunque sí es muy aconsejable que la pareja conviva, al menos, una semana solos».

Tampoco los viajes «maratonianos», que sustituyen el fragor de la oficina por el trasiego del turista nipón,  son del gusto de la psicóloga. «Salvo para los hiperactivos o para  aquellos que no quieren pensar, resultan muy decepcionantes».

Para Mario Alonso bastan pequeñas cosas, que están al alcance de cualquiera, para disfrutar y salir fortalecidos del veraneo: ejercicio físico -«no somos conscientes del impacto que tiene en el equilibrio emocional»-, libros que ilusionen, conversaciones con amigos, más horas de sueño -«un regalo para recuperarnos del desgaste acumulado»- y paseos en la naturaleza.