La buena salud añade vida a los años. Este es el lema con el que el 7 de abril se celebró el Día Mundial de la Salud. Fue la forma en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) quiso dedicar esta efemérides de 2012 al envejecimiento saludable.

Es cierto que en los países occidentales contamos con sistemas sanitarios solventes que velan por nuestra salud, pero el fantasma del estrés sobrevuela sobre nuestra vida diaria y puede impedir ese disfrute de la madurez. Y más en estos tiempos, en los que la crisis económica y la inestabilidad laboral son permanentes. La OMS estima que el 25% de los pacientes examinados por el médico de cabecera presentan síntomas de ansiedad y que a lo largo de la vida el 15% de la población desarrolla alguno de los trastornos relacionados con esta dolencia. Solo en España existen 6 millones de personas con depresión y las consultas por ansiedad y estrés van aumentando. Relacionado con ello, hay un dato que hace saltar las alarmas: en nuestro país, el consumo de antidepresivos se ha triplicado en los últimos diez años y, desde el comienzo de la crisis, su uso se ha incrementado un 10%.

El ambiente laboral es uno de los principales focos de ansiedad y de depresión en los países occidentales y todo apunta a que las cifras pueden empeorar en las próximas décadas. Expertos de la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo (EU-OSHA) detectaron en 2008 hasta 27 riesgos psicosociales emergentes relacionados con la seguridad y la salud en el trabajo. La gran mayoría de ellos están relacionados con cinco ámbitos: las nuevas formas de contratos laborales e inseguridad laboral; los riesgos en materia de seguridad y salud en el trabajo para los trabajadores de edad avanzada; la intensificación del trabajo; la elevada carga de trabajo y de presión; una situación emocional extrema en el trabajo, incluidos casos de violencia y acoso; y el desequilibrio entre vida personal y laboral.

Precisamente, este organismo publicó la semana pasada un estudio que pone de manifiesto que ocho de cada diez trabajadores europeos cree que en los próximos cinco años la cifra de personas que sufrirá estrés de origen laboral aumentará. «La crisis financiera y la transformación del mercado laboral someten a los trabajadores a exigencias crecientes y, por tanto, no resulta sorprendente que el estrés de origen laboral ocupe un lugar destacado entre las preocupaciones de las personas», explica Christa  Sedlatschek, directora de la EU-OSHA. Sin embargo, en el informe existen variaciones regionales que se deben a la manera dispar en que la crisis está afectando a los países de la Unión Europea. Mientras que solo el 16% de los noruegos cree que el estrés irá a peor en el próximo lustro, los griegos  sobrepasan la media –un 83%–. Un dato estremecedor acompaña a esta fría estadística: antes de la recesión, Grecia era uno de los países europeos con la tasa más baja de suicidios. Desde 2008, la cifra ha ido en aumento y, en  2011, se duplicó: las autoridades contabilizaron casi 600 suicidios.

Más allá de cinco años, las autoridades tampoco ofrecen buenas perspectivas a los problemas de estrés. En 2020, los trastornos de ansiedad y la depresión serán la causa de enfermedad número uno en el mundo desarrollado, según el informe sobre la salud en el mundo elaborado el año pasado por la OMS. Además, la previsión de este organismo dependiente de Naciones Unidas es que para principios de esa década más del 70% de la carga global de la enfermedad será producida por enfermedades no transmisibles, lesiones y trastornos mentales.

Costes económicos

El estrés y la depresión no solo tienen un terrible coste humano, sino también económico. El Foro Económico Mundial (FEM) ha calculado –en un estudio elaborado el año pasado junto a la Facultad de Salud Pública de Harvard– que las cinco enfermedades crónicas más frecuentes –el cáncer, la diabetes, los trastornos cardiovasculares, las enfermedades respiratorias y los trastornos mentales– supondrán un coste a nivel mundial de 47 billones de dólares durante los próximos 20 años. De ellos, los trastornos mentales serán los responsables de más de un tercio de este presupuesto –16 billones de dólares o, lo que es lo mismo, el 1,3% del PIB mundial–. «Las cifras señalan que las enfermedades crónicas tienen el potencial no solo de quebrar a los sistemas sanitarios, sino también de poner el freno a la economía global», concluye Olivier Raynaud, responsable del departamento sanitario del FEM. La moraleja es clara: la que estamos viviendo no es solo  una crisis económica, también es emocional.